domingo, 23 de septiembre de 2007

Dios, un concepto inhumano

En el diario LA PRENSA en Panamá pude encontrar esta redaccion en PERSPECTIVA. Espero sea del interés de muchos.


Dios, un concepto inhumano

Xavier Sáez-Llorens
xsaezll@cwpanama.net

Este escrito no es provocación ni ofensa al sentimiento religioso del creyente. No cuestiono la espiritualidad individual porque apoyo la libertad de cada persona a poseer creencias de cualquier índole. No desafiaré, por tanto, la existencia de una supuesta divinidad. Al fin y al cabo, no solo la considero absurda, sino intrascendente. Deseo demostrar que tanto la génesis como la perpetuación del concepto de dios se han utilizado en contra y no a favor de la humanidad. Recientemente, Saramago catalogó a Dios como un serio problema, pretexto para el odio y motivo de desunión entre ciudadanos de distinta fe. Rubert de Ventós vislumbra esa deidad como un inconveniente para nuestra especie. Yo cruzaría esos linderos semánticos y diría que el término es notoriamente inhumano.

El universo brotó hace 15 mil millones de años. El cómo ocurrió, todavía en hipótesis, sigue siendo un misterio, indescifrable por la ciencia actual. Existen miles de millones de galaxias y cada una de ellas contiene billones de estrellas. En un marco de entropía fortuita, se generan explosiones, agujeros negros, planetas, cometas, meteoritos y expansiones o contracciones de los sistemas siderales. La Tierra se formó hace 5 mil millones de años y es tan solo una insignificante partícula cósmica. La vida apareció mil millones de años después cuando se conjuntaron condiciones biológicas para que aminoácidos elementales se agruparan en genes que gradualmente adquirieron complejidad funcional. Los restos fósiles más antiguos conocidos demuestran la presencia de organismos procariotas y unicelulares. Se acaban de recuperar bacterias ancestrales que permanecieron en latencia biológica, por más de medio millón de años, en el hielo subterráneo de Antártica y Siberia y, al cultivarlas en laboratorio, eran todavía capaces de producir CO2 y enzimas nucleares, elementos básicos de vitalidad. A través de un proceso probabilístico de selección natural, donde los seres vivientes más hábiles lograron adaptarse, sobrevivir y reproducirse en entornos hostiles y competitivos, emergieron nuestros ancestros simiescos. Hace 5 millones de años ocurrió la diferenciación homínida y una nueva especie, desprovista del rabo y pelambre del primate, surgió para dominar el globo terráqueo. En este milenario silencio celestial, el concepto de dios brilló por ausente. No fue hasta que se originó la escritura pictográfica, 4 mil años a.C., y la escritura fonética, posteriormente, cuando se registraron los primeros esbozos de deidades arquitectas del todo.

El vocablo dios es, por tanto, extraordinariamente nuevo en la historia del universo. ¿Cómo nació este concepto? En la prehistoria, los fenómenos naturales causaban pánico tanto por su inexplicable origen como por los desastres asociados. El hombre primitivo pensaba que eran castigo superior. La necesidad de agruparse para procurar mejor subsistencia y el desarrollo paulatino de la comunicación originó especulación sobre asuntos ambientales y existenciales. El politeísmo resultante (dios del fuego, dios de la lluvia, dios del rayo, etc.) satisfizo inquietudes inmediatas pero trajo consigo el inicio de la agresión a nuestra propia especie. Así, se ofrendaron en sacrificio a sujetos menos capaces (niños, discapacitados, retrasados mentales) para que la deidad correspondiente cesara los "ataques" y trajera fortuna. Para evitar que necesidades particulares dirigieran la conducta de cada miembro tribal y lograr convivencia pacífica, fue necesario limitar esa libertad individual. Los primeros gobernantes se percataron que los hombres no podían ser dominados solamente por la fuerza. Había que crear una figura mitológica que infundiera credibilidad y respeto en los súbditos. Poco a poco, todos esos dioses se fueron fusionando, por conveniencia, dando lugar a monoteísmos regionales. En las escrituras sagradas, abundan citas de violencia contra incrédulos y opositores a los valores morales diseñados a la medida de los líderes. Se hacía creer que esos textos eran de manufactura divina. Los nacientes mandatarios eran también los guías espirituales. Con el tiempo, estas funciones se fueron diversificando hasta constituir cúpulas políticas y religiosas. No obstante, para conservar poder, éstas trabajaban en mancuerna. La consigna era mantener al pueblo pobre (sumiso por necesidad) e ignorante (sumiso por temor). La mejor educación era solo brindada a familiares y amigos para preservar el círculo de mando.

Los monoteísmos se expandieron por sometimiento de pueblos colonizados. La muerte era el precio para aquéllos que osaban enfrentarlos. Cada religión pregonaba que su deidad era la auténtica y correcta. Grandes exterminios humanos fueron ocasionados por guerras entre religiones, aupadas por delirios de supremacía. No se toleraba que gente inteligente derrumbara los iconos que ya se habían arraigado en la mente de ingenuos. Numerosos herejes fueron chamuscados por atreverse a disentir. En América, los indígenas fueron obligados a adoptar la espiritualidad del imperio. Las escuelas fueron fundadas por huestes religiosas por orden de monarquías. Dicha escolaridad estaba impregnada de dogmas que aseguraban, por lavado cerebral precoz, asimilación de directrices y pleitesía a la corona. Tanto el integrismo cristiano, en su vertiente católica y evangélica, como la barbarie islámica, con sus inmolaciones de mochila, han labrado una historia más sanguinaria que la causada por epidemias y desastres ecológicos. Conviene que haya fieles fanáticos dispuestos a morir por la promesa de éxtasis en el utópico más allá.

El concepto de dios, empero, no solo ha ocasionado muerte. Los clérigos se creen emisarios divinos y mediante interpretaciones acomodaticias de leyendas bíblicas, escritas por antepasados iletrados, han ideado valores necesarios para pertenecer al eje del bien. Nos han endilgado un pecado original congénito. Han monopolizado la educación con su falaz creacionismo para secuestrar la mente de una infancia que empieza a fraguar raciocinio. Les aterra que librepensadores desenmascaren sus penumbras. Schopenhauer decía: "Las religiones, como las luciérnagas, necesitan oscuridad para brillar". Han satanizado el sexo y degradado el placer a instinto nocivo. A través de charlatanes de oficio, con sexo frustrado o marchito, bloquean la enseñanza de una sexualidad más segura. Difunden la noción que los métodos anticonceptivos son diabólicos, los homosexuales anormales y las mujeres máquinas de procreación. La vida y la muerte de otros son potestad de la deidad que ellos veneran.

El siglo XXI debe servir para repensar la invención de Dios y buscar el bienestar de la humanidad. Nos estamos matando entre nosotros y ninguna deidad parece interesada en evitarlo. Al vasto universo le importa un bledo nuestro destino. El sabio Epicuro lo intuía hace más de 2 milenios: "¿Está dispuesto Dios a prevenir la maldad, pero no puede? Entonces, no es omnipotente. ¿Puede hacerlo pero no está dispuesto? Entonces, es malévolo. ¿Es capaz y está dispuesto? Entonces, ¿quién originó la maldad? ¿No es capaz ni está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?".

El autor es médico